Capítulo 22: Decisión ♥

6.2.10 en 21:40


¿Sería verdad? Nunca fui muy supersticiosa... pero esto, realmente, me dejaba helada. Además... concordaba tan perfectamente, que daban ganas de vomitar de tan solo pensarlo. Pero, ¿qué había ocurrido que no me habían matado en el primer instante? ¿Acaso cuando me tiré en los brazos de Fabián ellas se espantaron por el amor que emanábamos? Ojalá fuera así, ojalá que se tratase de amor verdadero. Ojalá.

Hasta el momento, no había sentido nada extraño, a excepción de los constantes escalofríos causados por el miedo y la pesadilla de hace un par de noches. Aún así, a pesar de todo el miedo que sentía, se me partía el corazón al sentir que exponía a Fabián a semejante peligro. Sabía que no podía contarle nada, porque me tomaría como loca. ¿Y que sacaba yo con seguir cerca de él? ¿Acaso quería que lo matasen? No, no y no. Fue mi sentencia. Era lo que menos quería en este mundo, pero, para poder lograrlo, tendría que apartarme de él. ¿Podría hacerlo?

Eran demasiadas preguntas en mi mente. Apagué la tenue luz y me tapé la cara con la almohada. Estaba fatigada y muy tupida. Así no podía pensar muy bien, menos razonar ni sincerarme conmigo misma, realmente no sabía que hacer. Preferí intentar dormir un rato antes de que amaneciera.

Aunque bastante turbada, lo logré. Cuando me despertaron por la mañana, me sentía como un zombi, y era tal mi estupidez soñolientamente matutina, que no me percaté en un principio de porque estaba ahí ni que había pasado.

- Vístete rápido, que te paso a dejar a la casa y yo me tengo que ir al trabajo corriendo. –dijo mi madre, la cual había estado 5 minutos intentando despertarme.

- Ya voy... –dije casi inaudiblemente.



Estaba nublado. El aire era tibio, sin embargo había tristeza en el aire. Los colores ya no reflejaban ese cálido resto que quedaba del verano, si no que acompasaban el ambiente con melancolía y palidez. El otoño ya se había instalado definitivamente.

Algunas cuadras más allá se escuchaba al océano Pacífico rugir, con sus estrepitosas olas chocando contra las rocas. Pero para mí, eso era muy banal como para prestarle mayor atención.
Tendría que ir a clases de todos modos, por obligación de mi madre. Ya había perdido muchos días de educación fundamental, dijo ella. Aunque ya era tarde para llegar a la hora correcta, tendría que llegar con el justificativo de mi madre al primer recreo. Si o si. Odiaba la obstinación de mi madre. Intenté hacerme la enferma, pero no dio resultados. Todos sabíamos que fue una gran exageración. Apenas me dolía un poco la garganta ahora. Aunque yo sabía que en el fondo todo era distinto. Pero no podía involucrar en esto a los demás.

Cuando me bajé del auto afuera de mi casa, mi madre se fue al instante, casi sin despedirse. Llegaría tarde si no. Entré latosamente, arrastrando los pies. Hace varios días que no estaba allí, y me dio un montón de nostalgia... y... no se que otro sentimiento, pero estaba allí; en el centro de mi pecho. Era como si esta vez fuese una de las últimas veces que estuviera allí. No le creí a mi percepción femenina, y traté de ignorarla en la ducha; tan solo me concentraba en respirar y masajear mi cabeza con el shampoo. Fue allí donde me acordé (al ver mi pierna) de la herida de la otra vez. Estaba bastante bien, pero aún así, tendría por largos años una cicatriz muy fea.

Al poco rato salí y me vestí con el uniforme, y apenas estuve lista me sequé el pelo, arreglé mi mochila y partí. No tenía hambre, lo único que en lo que pensaba era en el futuro. De a poco lo iba aceptando. Aunque doliese.
Era un poco fastidioso llegar al recreo, pues todo estaba como locos, y uno llegaba recién despertando, o algo así. La cosa, es que era incómodo. Además, todos te quedaban mirando con la cara tipo: ¿Estuvieron entretenidas las vacaciones?, obviamente, eso era irónico, y daba mucha mas rabia, porque la mayoría no se entera de que uno estuvo grave, o apunto de morir.

Sin prestar mucha atención a los demás, me dirigí a mi sala de clases, le entregué el justificativo a la profesora. Ella lo aceptó sin reprochar y me indicó que me sentara, que pronto empezaría la clase de lengua castellana.
Cuando me dí vuelta, de forma lenta, casi dramática, como quién no quiere la cosa, lo vi. No lo veía hace dos días nada más, pero bastó tan solo eso para sentir un vacío dentro de mi pecho. Estaba tan preocupada por lo de las viudas negras, que no tuve mucho tiempo para fijarme en ese “detalle”. Pero ahora que lo veía, me sentía viva de nuevo, con una llamarada dentro, sentía que podía lograr escalar el Everest en 5 minutos, y por sobre todo, me sentía tan protegida, que las viudas negras parecían una estupidez cuando él estaba cerca.

Apreté los ojos y los puños. Me mordí el labio y me dio una puntada en el pecho. No. No podía dejar que lo matasen. Ya había tomado la decisión. Aunque siguiéramos viéndonos en clase y aunque nos prestáramos sacapuntas y cosas así, en cierto modo yo ya no estaría cerca de él, y suponiendo que fueran comprensivas, se darían cuenta que ya lo dejé. No podía exponerlo a tal peligro. Aunque para mi fue eterno ese momento de introspección, debieron de haber pasado 2 segundos. Me relajé corporalmente para no llamar la atención y, con la boca entre abierta miré embobada a Fabián, quien estaba en su mismo puesto de siempre indiferente a mi llegada, hablando animadamente con Milo, sin percatarse del vacío que sentía dentro.
Me costaba creer que me afectara tanto una persona que conocía hace tan poco. Pero así era, y sería mejor que se terminara lo antes posible.

En ese momento entraron mis amigas, con la cara de quien esta fastidiado por que se termina el recreo. Ni siquiera me percaté de cuando sonó la campana, pero así fue. Al verme, Ania corrió dando saltitos y grititos de emoción, con los ojos desorbitados, a abrazarme y llenarme de besos en las cara. Las otras la siguieron, pero fueron un poco más reservadas, ya que aún no habíamos entablado una relación más cercana. Aún así se alegraron mucho de verme en perfecto estado, aunque se rieron un montón de mi voz ronca. Me uní a sus risas. Hace varios días que no me reía. Era dulce, una sensación única, que te llenaba de alegría. Se parecía a los besos de Fabián.

Me derrumbé por dentro y me dieron ganas de llorar, pero aún así, me controlé. Aparenté indiferencia ante mi colapso interior. No quería preocupar a nadie más por alguna otra cosa.
Con la llegada de mis amigas y su escenita, todos los de la clase se voltearon a ver, ya que llamó la atención, e incluso algunos se pararon a recibirme. Pero él no. No concordaba esto. Estaba indiferente. Milo se había parado a saludarme, así que se Fabián había quedado sin nadie con quien conversar. Aunque se volteó hacia delante, miraba al techo, indiferente, como si nada ocurriera. Como si la chica a la que le había prometido el mundo no estuviera a unos metros delante de él. Como si la hubiese dejado de amar.



¡Hola, hola! ¿Qué tal? espero que les guste el capítulo. No crean que se va a quedar así :O ya ván a ver ^^ y bueno.. disculparme por abandonarlos durante enero, lo que pasa es que por la vacaciones me fuí a mi campo, y pues allí no tenía internet ni nada. Aún sigo de vacaciones, pero estoy en una cabañita donde si tengo internet :) asique apenas pueda postearé de nuevo, yo creo que la semana que viene. Apropósito, ¡¡103 seguidores!! ¡woooow! gracias chicas (y chicos) por seguirme, y leer mi historia. ¡¡Muchos besos!!



Nicole

6.2.10

Capítulo 22: Decisión ♥



¿Sería verdad? Nunca fui muy supersticiosa... pero esto, realmente, me dejaba helada. Además... concordaba tan perfectamente, que daban ganas de vomitar de tan solo pensarlo. Pero, ¿qué había ocurrido que no me habían matado en el primer instante? ¿Acaso cuando me tiré en los brazos de Fabián ellas se espantaron por el amor que emanábamos? Ojalá fuera así, ojalá que se tratase de amor verdadero. Ojalá.

Hasta el momento, no había sentido nada extraño, a excepción de los constantes escalofríos causados por el miedo y la pesadilla de hace un par de noches. Aún así, a pesar de todo el miedo que sentía, se me partía el corazón al sentir que exponía a Fabián a semejante peligro. Sabía que no podía contarle nada, porque me tomaría como loca. ¿Y que sacaba yo con seguir cerca de él? ¿Acaso quería que lo matasen? No, no y no. Fue mi sentencia. Era lo que menos quería en este mundo, pero, para poder lograrlo, tendría que apartarme de él. ¿Podría hacerlo?

Eran demasiadas preguntas en mi mente. Apagué la tenue luz y me tapé la cara con la almohada. Estaba fatigada y muy tupida. Así no podía pensar muy bien, menos razonar ni sincerarme conmigo misma, realmente no sabía que hacer. Preferí intentar dormir un rato antes de que amaneciera.

Aunque bastante turbada, lo logré. Cuando me despertaron por la mañana, me sentía como un zombi, y era tal mi estupidez soñolientamente matutina, que no me percaté en un principio de porque estaba ahí ni que había pasado.

- Vístete rápido, que te paso a dejar a la casa y yo me tengo que ir al trabajo corriendo. –dijo mi madre, la cual había estado 5 minutos intentando despertarme.

- Ya voy... –dije casi inaudiblemente.



Estaba nublado. El aire era tibio, sin embargo había tristeza en el aire. Los colores ya no reflejaban ese cálido resto que quedaba del verano, si no que acompasaban el ambiente con melancolía y palidez. El otoño ya se había instalado definitivamente.

Algunas cuadras más allá se escuchaba al océano Pacífico rugir, con sus estrepitosas olas chocando contra las rocas. Pero para mí, eso era muy banal como para prestarle mayor atención.
Tendría que ir a clases de todos modos, por obligación de mi madre. Ya había perdido muchos días de educación fundamental, dijo ella. Aunque ya era tarde para llegar a la hora correcta, tendría que llegar con el justificativo de mi madre al primer recreo. Si o si. Odiaba la obstinación de mi madre. Intenté hacerme la enferma, pero no dio resultados. Todos sabíamos que fue una gran exageración. Apenas me dolía un poco la garganta ahora. Aunque yo sabía que en el fondo todo era distinto. Pero no podía involucrar en esto a los demás.

Cuando me bajé del auto afuera de mi casa, mi madre se fue al instante, casi sin despedirse. Llegaría tarde si no. Entré latosamente, arrastrando los pies. Hace varios días que no estaba allí, y me dio un montón de nostalgia... y... no se que otro sentimiento, pero estaba allí; en el centro de mi pecho. Era como si esta vez fuese una de las últimas veces que estuviera allí. No le creí a mi percepción femenina, y traté de ignorarla en la ducha; tan solo me concentraba en respirar y masajear mi cabeza con el shampoo. Fue allí donde me acordé (al ver mi pierna) de la herida de la otra vez. Estaba bastante bien, pero aún así, tendría por largos años una cicatriz muy fea.

Al poco rato salí y me vestí con el uniforme, y apenas estuve lista me sequé el pelo, arreglé mi mochila y partí. No tenía hambre, lo único que en lo que pensaba era en el futuro. De a poco lo iba aceptando. Aunque doliese.
Era un poco fastidioso llegar al recreo, pues todo estaba como locos, y uno llegaba recién despertando, o algo así. La cosa, es que era incómodo. Además, todos te quedaban mirando con la cara tipo: ¿Estuvieron entretenidas las vacaciones?, obviamente, eso era irónico, y daba mucha mas rabia, porque la mayoría no se entera de que uno estuvo grave, o apunto de morir.

Sin prestar mucha atención a los demás, me dirigí a mi sala de clases, le entregué el justificativo a la profesora. Ella lo aceptó sin reprochar y me indicó que me sentara, que pronto empezaría la clase de lengua castellana.
Cuando me dí vuelta, de forma lenta, casi dramática, como quién no quiere la cosa, lo vi. No lo veía hace dos días nada más, pero bastó tan solo eso para sentir un vacío dentro de mi pecho. Estaba tan preocupada por lo de las viudas negras, que no tuve mucho tiempo para fijarme en ese “detalle”. Pero ahora que lo veía, me sentía viva de nuevo, con una llamarada dentro, sentía que podía lograr escalar el Everest en 5 minutos, y por sobre todo, me sentía tan protegida, que las viudas negras parecían una estupidez cuando él estaba cerca.

Apreté los ojos y los puños. Me mordí el labio y me dio una puntada en el pecho. No. No podía dejar que lo matasen. Ya había tomado la decisión. Aunque siguiéramos viéndonos en clase y aunque nos prestáramos sacapuntas y cosas así, en cierto modo yo ya no estaría cerca de él, y suponiendo que fueran comprensivas, se darían cuenta que ya lo dejé. No podía exponerlo a tal peligro. Aunque para mi fue eterno ese momento de introspección, debieron de haber pasado 2 segundos. Me relajé corporalmente para no llamar la atención y, con la boca entre abierta miré embobada a Fabián, quien estaba en su mismo puesto de siempre indiferente a mi llegada, hablando animadamente con Milo, sin percatarse del vacío que sentía dentro.
Me costaba creer que me afectara tanto una persona que conocía hace tan poco. Pero así era, y sería mejor que se terminara lo antes posible.

En ese momento entraron mis amigas, con la cara de quien esta fastidiado por que se termina el recreo. Ni siquiera me percaté de cuando sonó la campana, pero así fue. Al verme, Ania corrió dando saltitos y grititos de emoción, con los ojos desorbitados, a abrazarme y llenarme de besos en las cara. Las otras la siguieron, pero fueron un poco más reservadas, ya que aún no habíamos entablado una relación más cercana. Aún así se alegraron mucho de verme en perfecto estado, aunque se rieron un montón de mi voz ronca. Me uní a sus risas. Hace varios días que no me reía. Era dulce, una sensación única, que te llenaba de alegría. Se parecía a los besos de Fabián.

Me derrumbé por dentro y me dieron ganas de llorar, pero aún así, me controlé. Aparenté indiferencia ante mi colapso interior. No quería preocupar a nadie más por alguna otra cosa.
Con la llegada de mis amigas y su escenita, todos los de la clase se voltearon a ver, ya que llamó la atención, e incluso algunos se pararon a recibirme. Pero él no. No concordaba esto. Estaba indiferente. Milo se había parado a saludarme, así que se Fabián había quedado sin nadie con quien conversar. Aunque se volteó hacia delante, miraba al techo, indiferente, como si nada ocurriera. Como si la chica a la que le había prometido el mundo no estuviera a unos metros delante de él. Como si la hubiese dejado de amar.



¡Hola, hola! ¿Qué tal? espero que les guste el capítulo. No crean que se va a quedar así :O ya ván a ver ^^ y bueno.. disculparme por abandonarlos durante enero, lo que pasa es que por la vacaciones me fuí a mi campo, y pues allí no tenía internet ni nada. Aún sigo de vacaciones, pero estoy en una cabañita donde si tengo internet :) asique apenas pueda postearé de nuevo, yo creo que la semana que viene. Apropósito, ¡¡103 seguidores!! ¡woooow! gracias chicas (y chicos) por seguirme, y leer mi historia. ¡¡Muchos besos!!



Nicole