Capítulo 21: Leyenda ♥

18.12.09 en 10:53

Con un movimiento de cabeza brusco me centré en el presente. Abrí el libro con delicadeza. La tapa era café, y con bordes como de ramas. Olía a viejo. En el centro titulaba “Criaturas mitológicas y leyendas de Grecia” y abajo ponía editorial minotauro. Muy a juego.


Tenía algo así como 120 páginas. Era muy sencillo. En el índice salían muchas cosas, tipo: “Abante”, Arpías”, “Basilisco”, “Centauros”, “Cíclopes”, “El dragón de Cólquida”, “Hidra de Lerna”, “Hipocampo”, “Janto y Balío”, “León de Nemea”, “Medusa”, “Minotauro”, “Ortro”, “Pegaso”, “Las sirenas y su canto”, “Zorra Teumesia”, “Las yeguas de Diómedes”, “Toro de Creta”, “Telquines” y muchas más descripciones, sus historias y leyendas. Además, incluía una guía completa sobre los dioses Griegos.


De casi todas me habían contando historias, o en algún sitio había oído la leyenda. Eran muy interesantes. Pero, después de ojear algunas cosas sospechosas, me centré en lo que más me llamaba la atención.


Quede paralizada con la descripción. Todo cuadraba.


Esa noche no dormí. O quizá si. No lo sé. Tenía mucho miedo como para darme cuenta si dormía, soñaba o miraba a la oscuridad sumida en mis pensamientos. ¿Porqué me habían elegido a mi, entre millones de personas en el mundo?, o, ¿Por qué cuando recién empezaba a tener esos sentimientos?, o mejor aún, ¿Porqué tenía que ser mujer? Ahora que lo pensaba, era más odioso de lo que creí siempre. Tener el periodo, la celulitis, las estrías y la depilación nunca habían sido preocupaciones para mí. Pero, sumándole esto, era mil veces peor.


Los exámenes delataron que tenía una anemia leve, por eso el desmayo. Y una gripe de otoño. Nada más. Pero yo sabía que no era así. Podría haberme ido hoy, pero prefería esperar a mañana, porque hoy no me podía venir a recoger mi madre, y no me quería exponer a ningún riesgo caminando por ahí en estas condiciones. De solo pensarlo se me ponían los pelos de punta. Le asentí fríamente a la enfermera cuando me vino a dar los resultados. Ella le restó importancia, y se marchó tarareando alegremente una canción desconocida para mí.


Fabián nunca llegó. Ni un mensaje, ni una llamada. No me animé a llamarlo. No sabía que era lo que pasaba, seguro que tenía sus razones. Más bien; me daba miedo seguir acercándome a él. Pero era inevitable.


Todo me daba vueltas. Tal vez tan solo había sido una horrible pesadilla. Tanteé con desesperado frenetismo la mesilla de noche que estaba a mi lado, en busca del interruptor de la lámpara. Todo era silencio. Volví a tomar con delicadeza el libro, y abrí el índice, buscando con morbosidad el título que necesitaba. Ansiaba que hubiera sido una equivocación mía, una alucinación de la fiebre. Pero allí estaba, intacto, casi alegre, impreso en aquella página color amarillo desgastado.


Con un gesto de amargura, y con el estómago en la garganta, me decidí a comprobar lo incierto. A manipular mi cordura. Abrí la página 63.


“Kαταραμένος χήρες (Viudas malditas):


Su nombre se remonta hace más de 100 generaciones atrás, cuando en las proximidades de Atenas solía existir un pequeño pueblo, del que se dice, su nombre era “Frustración Celestial”. De aquel pueblo, tan solo quedan ruinas actualmente.


La leyenda se basa en un grupo de vecinas que solían tararear alegremente mientras tejían al calor del fuego en sus casas, a la espera de sus maridos.Lo que ellas no sabían, es que el grupo de hombres después del trabajo se iban a los burdeles de la zona, y llegando con la excusa de que estaban muy cansados, se acostaban enseguida, sin levantar sospechas. Pero ellas eran felices tan solo con eso: una pequeña muestra de afecto, por parte de aquellos por los que se desvivían trabajando, cuidando la casa, y los niños, con un enamoramiento eterno.


Pero cuando a uno de aquellos hombres, se le fue la mano con las copas, y volvió tatuado de besos rojo carmín, la camisa desbotonada, y hablando estupideces, las mujeres lo comprendieron todo, y comenzaron a maquinar su plan: ciegas de ira, dolor e impotencia.


Uno a uno, los infieles maridos fueron desapareciendo. Todos lamentaban su pérdida, el pueblo estaba triste por su marcha misteriosa y sin sentido. Cuando, 3 años después, las 5 vecinas estaban viudas, y todos sospechaban a escondidas de su falso sufrimiento y de sus malvadas lágrimas, desaparecieron, sin dejar ningún rastro.


Se dice que los dioses convocaron sus espíritus, y los mandaron a las tinieblas, vagando por la oscuridad, en medio de la podredumbre, dejando a sus cuerpos podrirse en el campo abierto, en aquella pradera en medio del bosque, en la que ningún hombre había pisado jamás sino 70 años después, donde se supone, hallaron los huesos.


Cuando cumplieron su condena de sufrimiento, y les tenían un lugar en donde podrían descansar en paz, ellas no lo aceptaron, y huyeron despavoridas, tanteando todo con sus deformes manos, porque los ojos ya no le respondían ante la luz.


Desde ese entonces, vagan por el mundo entero, buscando a todos los infieles, y llevándose a las mujeres con ellas, para reclutarlas y hacer que dejen a los miserables sin su amor, porque no se lo merecen. La mayoría de las veces, se equivocan, matando a muchas mujeres tan solo por celos insanos, ya que ellas nunca recibieron aquel amor correspondido del que las otras gozaban.


Una vez que localizan a su víctima, no la dejan en paz. Le van quitando de a poco la energía, la dejan ciega, muda o sorda. Van de a poco, haciendo sufrir, para que se den cuenta de su error. Casi siempre las historias acaban con algún muerto, ya sea la mujer, o el infiel, dependiendo del caso y de cuantos celos sientan las viudas. La única solución es dejarse llevar, o luchar por el amor verdadero. Pero si este no es correspondido, habrá que abstenerse a las consecuencias, pues el poder de las viudas sin nombre es más poderoso que el de un simple mortal, pero sin embargo más frágil que una hormiga en comparación al amor verdadero, aquel del que ellas jamás serán cómplices.”



¡Tantas lunas! bueno les escribo porque les quería hacer una pregunta.. yo sé que no puedo pedir mucho, porque soy bastante irresponsable y todo eso. Pero aún así, ¿porqué ya no comentan? es decir, antes tenía muchos más comentarios y ahora a lo mucho 3 o 5, ¡o incluso menos! y quisiera saber si es porque les da flojera escribirme algo o es que ya no les gusta como está mi historia. Me gustaría saber, para quizás tomar otro rumbo. Lo curioso es que todos los días tengo bastantes visitas, pero comentarios, ninguno. Entonces eso. Pedirles que si les gusta, me comenten, aunque sea un "Me gustó mucho el capítulo" y si no, también, díganme en que puedo mejorar. Besos, y ¡ojala hayan disfrutado este capítulo! :)

Capítulo 20: Recuerdos ♥

1.12.09 en 16:00

El sol matutino a través de la ventana me despertó cálidamente. No sabía exactamente desde cuando, pero ya no sentía ese frío invernal, que no se me quitaba con nada. Lo más probable es que tuviera que ver con esa maldita sombra, aun que los doctores dirían que eran efectos secundarios de la fiebre. En realidad, no me importaba mucho lo que ellos pensaran, yo sabía realmente lo que me pasaba y lo que no, ellos tan solo suponían. Daba igual. De aquel aterrador día, apenas recordaba. Tan solo el dolor, y toda la impotencia que sentía. Pero de haber visto algo, estoy segura que lo recordaría, y no vi nada. Retorcí mi cerebro en busca de alguna sombra en mi recuerdo antes de quedar inconsciente, pero no encontré nada. Era bastante extraño. Quizás no era visible a la luz del día, quizás estaba detrás de mí y por eso Fabián me miraba de esa forma cuando corrí hacia él. Era todo tan confuso.

Me sacó de mi cavilaciones el sordo movimiento de de la puerta, al abrirse lentamente, como cuando lo hacen para no despertar a las personas. Entró mi madre con la lengua afuera, concentrada, mirando sus pies, los cuales estaban en puntitas, vigilando que no hicieran ruido. Llevaba traje de oficina y unos tacones gigantes, un bolso en el brazo y en mano, una bolsa que no paraba de crujir con cualquier leve movimiento. Me dio la espalda y cerró la puerta delicadamente.

- Hola mamá. –la saludé.

Salto como un metro y de la bolsa salieron algunos papeles volando. Profirió un gritito de desesperación, y finalmente, recuperando la compostura, dijo:

- Me asustaste, pequeña. Juraría que dormías. ¿Tan temprano y despierta?

- Bueno en realidad, acabo de despertar hace un instante.

- De todas formas es temprano. Luces cansada, quizás deberías dormir más.

- He dormido cerca de 12 horas mamá, las píldoras dan mucho sueño, y además, el aburrimiento cansa. Me dormí muy temprano ayer.

- Vaya, eso está bien. Bueno, aproveché de venir antes de irme al trabajo, te traje ese libro raro de la mitología y toda esa estupidez. No sabía que tu nuevo hobby es la historia de Grecia.

- No es mi nuevo hobby, tan solo aprovecho mi tiempo postrada como si fuera inútil investigando para un trabajo para la próxima semana. –mentí rápidamente. No quería sospechas de ningún tipo. Se quedó pasmada.

- Parece que los 16 han hecho que evoluciones, pequeño chimpancé. Pensé que serías una eterna adolescente irresponsable e inmadura. Bueno, no me confiaré del todo, pero me alegro que madurez un poco.

- Creo que deberías irte, se te hace tarde. –dije avergonzada, recordando todas las locuras que hice cuando vivíamos aun en Santiago. Ella me tenía etiquetada como bomba atómica anti colegio-responsabilidad-deberes. La verdad es que exageraba un poco, pero ella temía que en cualquier momento llegara con la noticia de que me habían expulsado, sancionado, puesto una mala nota o castigado.

- Tienes razón, me voy. Te quiero. –dijo ella, repentinamente nerviosa, y se despidió con la mano.

- Que tengas un buen día.

- ¡Igual! –gritó ella a unos metros de distancia.

Adoraba a mi madre. Aunque no compartía la misma opinión en muchos aspectos, nos llevábamos bastante bien. Éramos prácticamente iguales, excepto que yo no había heredado aquella cualidad de guardar rencor infinitamente. O tal vez aún no la había descubierto.

Enfoqué mi memoria años atrás.

- Vaya, que guapa estás, corazón. ¿Por qué no nos vamos a la pieza? –decía el hombre, borracho y tambaleándose, en el portal de un casa en Santiago, cuando Samantha tenía apenas 7 años. Recibe una cachetada por parte de Ágatha, la cual lucía hermosa, con un vestido de fiesta plateado, y muy bien peinada.

- ¡Imbécil! Te prometí que podrías venir para navidad, a celebrarlo con nosotras, pero siempre lo arruinas todo. Pensé que podrías seguir siendo el padre de mi hija, aunque ya no estemos juntos y no me des dinero para cuidar de Sam. Me las he tenido que arreglar yo sola durante estos últimos años, y aún así he dejado que la vieras. ¿Sabes porqué? Porque aún te tenía un poco de confianza. No puedo creer que le hagas esto a ella, que te esperaba tan ilusionada. ¡Te tenía un regalo y todo, cerdo asqueroso!

- No seas así, Agui, ya sabes que yo te quiero mucho...-la intenta besar, pero ella se aparta bruscamente y le da otra cachetada.

- ¡Apártate, no te quiero volver a ver más! Lo único que traes es desgracia por donde vas ¡Déjanos en paz!

- ¿Crees que eres capaz de echarme de mi propia casa?

- ¿Tú casa, tu casa? –rió sin ganas Ágatha- A este lugar ya no perteneces, y ella tampoco te pertenece. Aléjate de nuestras vidas, ¡te odio, Miguel, te odio! ¡Mira lo infeliz que la haces! –dijo mientras indicaba a una niña de hermosas mejillas sonrosadas, y unos ojos turquesa rojos de tanto llorar.

- ¡Paapapa Papá! –sollozó la pequeña

- ¡Sami, ven con tu papito, a quien quieres mucho! ¿o prefieres que darte con la bruja, que no quiere que nos veamos? –murmuró, mientras se tambaleaba y se reía, atragantado en su hipo.

La pequeña dudó, pero no lo suficiente, pues Ágatha interrumpió.

- Él no te quiere, Samantha, sabes que yo hago lo mejor para ti. –no dejo contestar a la niña, y siguió- ¡Ahora vete! ¡No te quiero volver a ver en la maldita vida!

Cerró de un portazo la puerta en la nariz de Miguel, mientras este se alejaba gritando: ¡Ya verás Ágatha! Esto no se quedará así.

Volví a la realidad. Estaba muy absorta en aquel recuerdo, que recordaba con lujo de detalles. Había sido un 24 de diciembre, e íbamos a celebrar la navidad con mi papá, el cual hace mucho que no veía. Él no acostumbraba a pasarse por casa.

Desde ese día, nunca más volvió a aparecer. Pasaron años antes de que a mi madre se le pasara el miedo de que viniera por mi, o que la demandara para quedarse él con la custodia. Luego se le pasó, ya que no había indicios de que apareciera. De todas formas, nos mudamos a otra comuna, a mi me cambio de colegio (donde conocí a mis mejores amigos de siempre) y ella cambió de teléfono, por la dudas.

Era el último recuerdo que tenía de mi papá. Añoraba que no estuviera muerto, y que ahora tuviera costumbres sanas, y no tantos vicios. Soñaba con que, algún día, me lo encontrase, y pudiéramos seguir siendo una familia feliz. Pero era muy obvio que eso no resultaría. Lo más probable es que al día siguiente de la discusión, se halla embarcado con uno de sus amigos, rumbo a quien sabe donde. Ese era su estilo. Aunque ya habían pasado 9 años, mis ojos aún querían llorar al recordar estas imágenes. Pero algo me lo impedía; ya había llorado mucho por aquel hombre, quien nunca hizo nada por mí. Ya era lo suficientemente madura como para no caer en una depresión estúpida. Mi vida era muy hermosa ahora y no la cambiaría por nada. Fin del asunto.

18.12.09

Capítulo 21: Leyenda ♥


Con un movimiento de cabeza brusco me centré en el presente. Abrí el libro con delicadeza. La tapa era café, y con bordes como de ramas. Olía a viejo. En el centro titulaba “Criaturas mitológicas y leyendas de Grecia” y abajo ponía editorial minotauro. Muy a juego.


Tenía algo así como 120 páginas. Era muy sencillo. En el índice salían muchas cosas, tipo: “Abante”, Arpías”, “Basilisco”, “Centauros”, “Cíclopes”, “El dragón de Cólquida”, “Hidra de Lerna”, “Hipocampo”, “Janto y Balío”, “León de Nemea”, “Medusa”, “Minotauro”, “Ortro”, “Pegaso”, “Las sirenas y su canto”, “Zorra Teumesia”, “Las yeguas de Diómedes”, “Toro de Creta”, “Telquines” y muchas más descripciones, sus historias y leyendas. Además, incluía una guía completa sobre los dioses Griegos.


De casi todas me habían contando historias, o en algún sitio había oído la leyenda. Eran muy interesantes. Pero, después de ojear algunas cosas sospechosas, me centré en lo que más me llamaba la atención.


Quede paralizada con la descripción. Todo cuadraba.


Esa noche no dormí. O quizá si. No lo sé. Tenía mucho miedo como para darme cuenta si dormía, soñaba o miraba a la oscuridad sumida en mis pensamientos. ¿Porqué me habían elegido a mi, entre millones de personas en el mundo?, o, ¿Por qué cuando recién empezaba a tener esos sentimientos?, o mejor aún, ¿Porqué tenía que ser mujer? Ahora que lo pensaba, era más odioso de lo que creí siempre. Tener el periodo, la celulitis, las estrías y la depilación nunca habían sido preocupaciones para mí. Pero, sumándole esto, era mil veces peor.


Los exámenes delataron que tenía una anemia leve, por eso el desmayo. Y una gripe de otoño. Nada más. Pero yo sabía que no era así. Podría haberme ido hoy, pero prefería esperar a mañana, porque hoy no me podía venir a recoger mi madre, y no me quería exponer a ningún riesgo caminando por ahí en estas condiciones. De solo pensarlo se me ponían los pelos de punta. Le asentí fríamente a la enfermera cuando me vino a dar los resultados. Ella le restó importancia, y se marchó tarareando alegremente una canción desconocida para mí.


Fabián nunca llegó. Ni un mensaje, ni una llamada. No me animé a llamarlo. No sabía que era lo que pasaba, seguro que tenía sus razones. Más bien; me daba miedo seguir acercándome a él. Pero era inevitable.


Todo me daba vueltas. Tal vez tan solo había sido una horrible pesadilla. Tanteé con desesperado frenetismo la mesilla de noche que estaba a mi lado, en busca del interruptor de la lámpara. Todo era silencio. Volví a tomar con delicadeza el libro, y abrí el índice, buscando con morbosidad el título que necesitaba. Ansiaba que hubiera sido una equivocación mía, una alucinación de la fiebre. Pero allí estaba, intacto, casi alegre, impreso en aquella página color amarillo desgastado.


Con un gesto de amargura, y con el estómago en la garganta, me decidí a comprobar lo incierto. A manipular mi cordura. Abrí la página 63.


“Kαταραμένος χήρες (Viudas malditas):


Su nombre se remonta hace más de 100 generaciones atrás, cuando en las proximidades de Atenas solía existir un pequeño pueblo, del que se dice, su nombre era “Frustración Celestial”. De aquel pueblo, tan solo quedan ruinas actualmente.


La leyenda se basa en un grupo de vecinas que solían tararear alegremente mientras tejían al calor del fuego en sus casas, a la espera de sus maridos.Lo que ellas no sabían, es que el grupo de hombres después del trabajo se iban a los burdeles de la zona, y llegando con la excusa de que estaban muy cansados, se acostaban enseguida, sin levantar sospechas. Pero ellas eran felices tan solo con eso: una pequeña muestra de afecto, por parte de aquellos por los que se desvivían trabajando, cuidando la casa, y los niños, con un enamoramiento eterno.


Pero cuando a uno de aquellos hombres, se le fue la mano con las copas, y volvió tatuado de besos rojo carmín, la camisa desbotonada, y hablando estupideces, las mujeres lo comprendieron todo, y comenzaron a maquinar su plan: ciegas de ira, dolor e impotencia.


Uno a uno, los infieles maridos fueron desapareciendo. Todos lamentaban su pérdida, el pueblo estaba triste por su marcha misteriosa y sin sentido. Cuando, 3 años después, las 5 vecinas estaban viudas, y todos sospechaban a escondidas de su falso sufrimiento y de sus malvadas lágrimas, desaparecieron, sin dejar ningún rastro.


Se dice que los dioses convocaron sus espíritus, y los mandaron a las tinieblas, vagando por la oscuridad, en medio de la podredumbre, dejando a sus cuerpos podrirse en el campo abierto, en aquella pradera en medio del bosque, en la que ningún hombre había pisado jamás sino 70 años después, donde se supone, hallaron los huesos.


Cuando cumplieron su condena de sufrimiento, y les tenían un lugar en donde podrían descansar en paz, ellas no lo aceptaron, y huyeron despavoridas, tanteando todo con sus deformes manos, porque los ojos ya no le respondían ante la luz.


Desde ese entonces, vagan por el mundo entero, buscando a todos los infieles, y llevándose a las mujeres con ellas, para reclutarlas y hacer que dejen a los miserables sin su amor, porque no se lo merecen. La mayoría de las veces, se equivocan, matando a muchas mujeres tan solo por celos insanos, ya que ellas nunca recibieron aquel amor correspondido del que las otras gozaban.


Una vez que localizan a su víctima, no la dejan en paz. Le van quitando de a poco la energía, la dejan ciega, muda o sorda. Van de a poco, haciendo sufrir, para que se den cuenta de su error. Casi siempre las historias acaban con algún muerto, ya sea la mujer, o el infiel, dependiendo del caso y de cuantos celos sientan las viudas. La única solución es dejarse llevar, o luchar por el amor verdadero. Pero si este no es correspondido, habrá que abstenerse a las consecuencias, pues el poder de las viudas sin nombre es más poderoso que el de un simple mortal, pero sin embargo más frágil que una hormiga en comparación al amor verdadero, aquel del que ellas jamás serán cómplices.”



¡Tantas lunas! bueno les escribo porque les quería hacer una pregunta.. yo sé que no puedo pedir mucho, porque soy bastante irresponsable y todo eso. Pero aún así, ¿porqué ya no comentan? es decir, antes tenía muchos más comentarios y ahora a lo mucho 3 o 5, ¡o incluso menos! y quisiera saber si es porque les da flojera escribirme algo o es que ya no les gusta como está mi historia. Me gustaría saber, para quizás tomar otro rumbo. Lo curioso es que todos los días tengo bastantes visitas, pero comentarios, ninguno. Entonces eso. Pedirles que si les gusta, me comenten, aunque sea un "Me gustó mucho el capítulo" y si no, también, díganme en que puedo mejorar. Besos, y ¡ojala hayan disfrutado este capítulo! :)

1.12.09

Capítulo 20: Recuerdos ♥


El sol matutino a través de la ventana me despertó cálidamente. No sabía exactamente desde cuando, pero ya no sentía ese frío invernal, que no se me quitaba con nada. Lo más probable es que tuviera que ver con esa maldita sombra, aun que los doctores dirían que eran efectos secundarios de la fiebre. En realidad, no me importaba mucho lo que ellos pensaran, yo sabía realmente lo que me pasaba y lo que no, ellos tan solo suponían. Daba igual. De aquel aterrador día, apenas recordaba. Tan solo el dolor, y toda la impotencia que sentía. Pero de haber visto algo, estoy segura que lo recordaría, y no vi nada. Retorcí mi cerebro en busca de alguna sombra en mi recuerdo antes de quedar inconsciente, pero no encontré nada. Era bastante extraño. Quizás no era visible a la luz del día, quizás estaba detrás de mí y por eso Fabián me miraba de esa forma cuando corrí hacia él. Era todo tan confuso.

Me sacó de mi cavilaciones el sordo movimiento de de la puerta, al abrirse lentamente, como cuando lo hacen para no despertar a las personas. Entró mi madre con la lengua afuera, concentrada, mirando sus pies, los cuales estaban en puntitas, vigilando que no hicieran ruido. Llevaba traje de oficina y unos tacones gigantes, un bolso en el brazo y en mano, una bolsa que no paraba de crujir con cualquier leve movimiento. Me dio la espalda y cerró la puerta delicadamente.

- Hola mamá. –la saludé.

Salto como un metro y de la bolsa salieron algunos papeles volando. Profirió un gritito de desesperación, y finalmente, recuperando la compostura, dijo:

- Me asustaste, pequeña. Juraría que dormías. ¿Tan temprano y despierta?

- Bueno en realidad, acabo de despertar hace un instante.

- De todas formas es temprano. Luces cansada, quizás deberías dormir más.

- He dormido cerca de 12 horas mamá, las píldoras dan mucho sueño, y además, el aburrimiento cansa. Me dormí muy temprano ayer.

- Vaya, eso está bien. Bueno, aproveché de venir antes de irme al trabajo, te traje ese libro raro de la mitología y toda esa estupidez. No sabía que tu nuevo hobby es la historia de Grecia.

- No es mi nuevo hobby, tan solo aprovecho mi tiempo postrada como si fuera inútil investigando para un trabajo para la próxima semana. –mentí rápidamente. No quería sospechas de ningún tipo. Se quedó pasmada.

- Parece que los 16 han hecho que evoluciones, pequeño chimpancé. Pensé que serías una eterna adolescente irresponsable e inmadura. Bueno, no me confiaré del todo, pero me alegro que madurez un poco.

- Creo que deberías irte, se te hace tarde. –dije avergonzada, recordando todas las locuras que hice cuando vivíamos aun en Santiago. Ella me tenía etiquetada como bomba atómica anti colegio-responsabilidad-deberes. La verdad es que exageraba un poco, pero ella temía que en cualquier momento llegara con la noticia de que me habían expulsado, sancionado, puesto una mala nota o castigado.

- Tienes razón, me voy. Te quiero. –dijo ella, repentinamente nerviosa, y se despidió con la mano.

- Que tengas un buen día.

- ¡Igual! –gritó ella a unos metros de distancia.

Adoraba a mi madre. Aunque no compartía la misma opinión en muchos aspectos, nos llevábamos bastante bien. Éramos prácticamente iguales, excepto que yo no había heredado aquella cualidad de guardar rencor infinitamente. O tal vez aún no la había descubierto.

Enfoqué mi memoria años atrás.

- Vaya, que guapa estás, corazón. ¿Por qué no nos vamos a la pieza? –decía el hombre, borracho y tambaleándose, en el portal de un casa en Santiago, cuando Samantha tenía apenas 7 años. Recibe una cachetada por parte de Ágatha, la cual lucía hermosa, con un vestido de fiesta plateado, y muy bien peinada.

- ¡Imbécil! Te prometí que podrías venir para navidad, a celebrarlo con nosotras, pero siempre lo arruinas todo. Pensé que podrías seguir siendo el padre de mi hija, aunque ya no estemos juntos y no me des dinero para cuidar de Sam. Me las he tenido que arreglar yo sola durante estos últimos años, y aún así he dejado que la vieras. ¿Sabes porqué? Porque aún te tenía un poco de confianza. No puedo creer que le hagas esto a ella, que te esperaba tan ilusionada. ¡Te tenía un regalo y todo, cerdo asqueroso!

- No seas así, Agui, ya sabes que yo te quiero mucho...-la intenta besar, pero ella se aparta bruscamente y le da otra cachetada.

- ¡Apártate, no te quiero volver a ver más! Lo único que traes es desgracia por donde vas ¡Déjanos en paz!

- ¿Crees que eres capaz de echarme de mi propia casa?

- ¿Tú casa, tu casa? –rió sin ganas Ágatha- A este lugar ya no perteneces, y ella tampoco te pertenece. Aléjate de nuestras vidas, ¡te odio, Miguel, te odio! ¡Mira lo infeliz que la haces! –dijo mientras indicaba a una niña de hermosas mejillas sonrosadas, y unos ojos turquesa rojos de tanto llorar.

- ¡Paapapa Papá! –sollozó la pequeña

- ¡Sami, ven con tu papito, a quien quieres mucho! ¿o prefieres que darte con la bruja, que no quiere que nos veamos? –murmuró, mientras se tambaleaba y se reía, atragantado en su hipo.

La pequeña dudó, pero no lo suficiente, pues Ágatha interrumpió.

- Él no te quiere, Samantha, sabes que yo hago lo mejor para ti. –no dejo contestar a la niña, y siguió- ¡Ahora vete! ¡No te quiero volver a ver en la maldita vida!

Cerró de un portazo la puerta en la nariz de Miguel, mientras este se alejaba gritando: ¡Ya verás Ágatha! Esto no se quedará así.

Volví a la realidad. Estaba muy absorta en aquel recuerdo, que recordaba con lujo de detalles. Había sido un 24 de diciembre, e íbamos a celebrar la navidad con mi papá, el cual hace mucho que no veía. Él no acostumbraba a pasarse por casa.

Desde ese día, nunca más volvió a aparecer. Pasaron años antes de que a mi madre se le pasara el miedo de que viniera por mi, o que la demandara para quedarse él con la custodia. Luego se le pasó, ya que no había indicios de que apareciera. De todas formas, nos mudamos a otra comuna, a mi me cambio de colegio (donde conocí a mis mejores amigos de siempre) y ella cambió de teléfono, por la dudas.

Era el último recuerdo que tenía de mi papá. Añoraba que no estuviera muerto, y que ahora tuviera costumbres sanas, y no tantos vicios. Soñaba con que, algún día, me lo encontrase, y pudiéramos seguir siendo una familia feliz. Pero era muy obvio que eso no resultaría. Lo más probable es que al día siguiente de la discusión, se halla embarcado con uno de sus amigos, rumbo a quien sabe donde. Ese era su estilo. Aunque ya habían pasado 9 años, mis ojos aún querían llorar al recordar estas imágenes. Pero algo me lo impedía; ya había llorado mucho por aquel hombre, quien nunca hizo nada por mí. Ya era lo suficientemente madura como para no caer en una depresión estúpida. Mi vida era muy hermosa ahora y no la cambiaría por nada. Fin del asunto.