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1.12.09
en
16:00
| Autora:
Nicole ♥
El sol matutino a través de la ventana me despertó cálidamente. No sabía exactamente desde cuando, pero ya no sentía ese frío invernal, que no se me quitaba con nada. Lo más probable es que tuviera que ver con esa maldita sombra, aun que los doctores dirían que eran efectos secundarios de la fiebre. En realidad, no me importaba mucho lo que ellos pensaran, yo sabía realmente lo que me pasaba y lo que no, ellos tan solo suponían. Daba igual. De aquel aterrador día, apenas recordaba. Tan solo el dolor, y toda la impotencia que sentía. Pero de haber visto algo, estoy segura que lo recordaría, y no vi nada. Retorcí mi cerebro en busca de alguna sombra en mi recuerdo antes de quedar inconsciente, pero no encontré nada. Era bastante extraño. Quizás no era visible a la luz del día, quizás estaba detrás de mí y por eso Fabián me miraba de esa forma cuando corrí hacia él. Era todo tan confuso.
Me sacó de mi cavilaciones el sordo movimiento de de la puerta, al abrirse lentamente, como cuando lo hacen para no despertar a las personas. Entró mi madre con la lengua afuera, concentrada, mirando sus pies, los cuales estaban en puntitas, vigilando que no hicieran ruido. Llevaba traje de oficina y unos tacones gigantes, un bolso en el brazo y en mano, una bolsa que no paraba de crujir con cualquier leve movimiento. Me dio la espalda y cerró la puerta delicadamente.
- Hola mamá. –la saludé.
Salto como un metro y de la bolsa salieron algunos papeles volando. Profirió un gritito de desesperación, y finalmente, recuperando la compostura, dijo:
- Me asustaste, pequeña. Juraría que dormías. ¿Tan temprano y despierta?
- Bueno en realidad, acabo de despertar hace un instante.
- De todas formas es temprano. Luces cansada, quizás deberías dormir más.
- He dormido cerca de 12 horas mamá, las píldoras dan mucho sueño, y además, el aburrimiento cansa. Me dormí muy temprano ayer.
- Vaya, eso está bien. Bueno, aproveché de venir antes de irme al trabajo, te traje ese libro raro de la mitología y toda esa estupidez. No sabía que tu nuevo hobby es la historia de Grecia.
- No es mi nuevo hobby, tan solo aprovecho mi tiempo postrada como si fuera inútil investigando para un trabajo para la próxima semana. –mentí rápidamente. No quería sospechas de ningún tipo. Se quedó pasmada.
- Parece que los 16 han hecho que evoluciones, pequeño chimpancé. Pensé que serías una eterna adolescente irresponsable e inmadura. Bueno, no me confiaré del todo, pero me alegro que madurez un poco.
- Creo que deberías irte, se te hace tarde. –dije avergonzada, recordando todas las locuras que hice cuando vivíamos aun en Santiago. Ella me tenía etiquetada como bomba atómica anti colegio-responsabilidad-deberes. La verdad es que exageraba un poco, pero ella temía que en cualquier momento llegara con la noticia de que me habían expulsado, sancionado, puesto una mala nota o castigado.
- Tienes razón, me voy. Te quiero. –dijo ella, repentinamente nerviosa, y se despidió con la mano.
- Que tengas un buen día.
- ¡Igual! –gritó ella a unos metros de distancia.
Adoraba a mi madre. Aunque no compartía la misma opinión en muchos aspectos, nos llevábamos bastante bien. Éramos prácticamente iguales, excepto que yo no había heredado aquella cualidad de guardar rencor infinitamente. O tal vez aún no la había descubierto.
Enfoqué mi memoria años atrás.
- Vaya, que guapa estás, corazón. ¿Por qué no nos vamos a la pieza? –decía el hombre, borracho y tambaleándose, en el portal de un casa en Santiago, cuando Samantha tenía apenas 7 años. Recibe una cachetada por parte de Ágatha, la cual lucía hermosa, con un vestido de fiesta plateado, y muy bien peinada.
- ¡Imbécil! Te prometí que podrías venir para navidad, a celebrarlo con nosotras, pero siempre lo arruinas todo. Pensé que podrías seguir siendo el padre de mi hija, aunque ya no estemos juntos y no me des dinero para cuidar de Sam. Me las he tenido que arreglar yo sola durante estos últimos años, y aún así he dejado que la vieras. ¿Sabes porqué? Porque aún te tenía un poco de confianza. No puedo creer que le hagas esto a ella, que te esperaba tan ilusionada. ¡Te tenía un regalo y todo, cerdo asqueroso!
- No seas así, Agui, ya sabes que yo te quiero mucho...-la intenta besar, pero ella se aparta bruscamente y le da otra cachetada.
- ¡Apártate, no te quiero volver a ver más! Lo único que traes es desgracia por donde vas ¡Déjanos en paz!
- ¿Crees que eres capaz de echarme de mi propia casa?
- ¿Tú casa, tu casa? –rió sin ganas Ágatha- A este lugar ya no perteneces, y ella tampoco te pertenece. Aléjate de nuestras vidas, ¡te odio, Miguel, te odio! ¡Mira lo infeliz que la haces! –dijo mientras indicaba a una niña de hermosas mejillas sonrosadas, y unos ojos turquesa rojos de tanto llorar.
- ¡Paapapa Papá! –sollozó la pequeña
- ¡Sami, ven con tu papito, a quien quieres mucho! ¿o prefieres que darte con la bruja, que no quiere que nos veamos? –murmuró, mientras se tambaleaba y se reía, atragantado en su hipo.
La pequeña dudó, pero no lo suficiente, pues Ágatha interrumpió.
- Él no te quiere, Samantha, sabes que yo hago lo mejor para ti. –no dejo contestar a la niña, y siguió- ¡Ahora vete! ¡No te quiero volver a ver en la maldita vida!
Cerró de un portazo la puerta en la nariz de Miguel, mientras este se alejaba gritando: ¡Ya verás Ágatha! Esto no se quedará así.
Volví a la realidad. Estaba muy absorta en aquel recuerdo, que recordaba con lujo de detalles. Había sido un 24 de diciembre, e íbamos a celebrar la navidad con mi papá, el cual hace mucho que no veía. Él no acostumbraba a pasarse por casa.
Desde ese día, nunca más volvió a aparecer. Pasaron años antes de que a mi madre se le pasara el miedo de que viniera por mi, o que la demandara para quedarse él con la custodia. Luego se le pasó, ya que no había indicios de que apareciera. De todas formas, nos mudamos a otra comuna, a mi me cambio de colegio (donde conocí a mis mejores amigos de siempre) y ella cambió de teléfono, por la dudas.
Era el último recuerdo que tenía de mi papá. Añoraba que no estuviera muerto, y que ahora tuviera costumbres sanas, y no tantos vicios. Soñaba con que, algún día, me lo encontrase, y pudiéramos seguir siendo una familia feliz. Pero era muy obvio que eso no resultaría. Lo más probable es que al día siguiente de la discusión, se halla embarcado con uno de sus amigos, rumbo a quien sabe donde. Ese era su estilo. Aunque ya habían pasado 9 años, mis ojos aún querían llorar al recordar estas imágenes. Pero algo me lo impedía; ya había llorado mucho por aquel hombre, quien nunca hizo nada por mí. Ya era lo suficientemente madura como para no caer en una depresión estúpida. Mi vida era muy hermosa ahora y no la cambiaría por nada. Fin del asunto.
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El sol matutino a través de la ventana me despertó cálidamente. No sabía exactamente desde cuando, pero ya no sentía ese frío invernal, que no se me quitaba con nada. Lo más probable es que tuviera que ver con esa maldita sombra, aun que los doctores dirían que eran efectos secundarios de la fiebre. En realidad, no me importaba mucho lo que ellos pensaran, yo sabía realmente lo que me pasaba y lo que no, ellos tan solo suponían. Daba igual. De aquel aterrador día, apenas recordaba. Tan solo el dolor, y toda la impotencia que sentía. Pero de haber visto algo, estoy segura que lo recordaría, y no vi nada. Retorcí mi cerebro en busca de alguna sombra en mi recuerdo antes de quedar inconsciente, pero no encontré nada. Era bastante extraño. Quizás no era visible a la luz del día, quizás estaba detrás de mí y por eso Fabián me miraba de esa forma cuando corrí hacia él. Era todo tan confuso.
Me sacó de mi cavilaciones el sordo movimiento de de la puerta, al abrirse lentamente, como cuando lo hacen para no despertar a las personas. Entró mi madre con la lengua afuera, concentrada, mirando sus pies, los cuales estaban en puntitas, vigilando que no hicieran ruido. Llevaba traje de oficina y unos tacones gigantes, un bolso en el brazo y en mano, una bolsa que no paraba de crujir con cualquier leve movimiento. Me dio la espalda y cerró la puerta delicadamente.
- Hola mamá. –la saludé.
Salto como un metro y de la bolsa salieron algunos papeles volando. Profirió un gritito de desesperación, y finalmente, recuperando la compostura, dijo:
- Me asustaste, pequeña. Juraría que dormías. ¿Tan temprano y despierta?
- Bueno en realidad, acabo de despertar hace un instante.
- De todas formas es temprano. Luces cansada, quizás deberías dormir más.
- He dormido cerca de 12 horas mamá, las píldoras dan mucho sueño, y además, el aburrimiento cansa. Me dormí muy temprano ayer.
- Vaya, eso está bien. Bueno, aproveché de venir antes de irme al trabajo, te traje ese libro raro de la mitología y toda esa estupidez. No sabía que tu nuevo hobby es la historia de Grecia.
- No es mi nuevo hobby, tan solo aprovecho mi tiempo postrada como si fuera inútil investigando para un trabajo para la próxima semana. –mentí rápidamente. No quería sospechas de ningún tipo. Se quedó pasmada.
- Parece que los 16 han hecho que evoluciones, pequeño chimpancé. Pensé que serías una eterna adolescente irresponsable e inmadura. Bueno, no me confiaré del todo, pero me alegro que madurez un poco.
- Creo que deberías irte, se te hace tarde. –dije avergonzada, recordando todas las locuras que hice cuando vivíamos aun en Santiago. Ella me tenía etiquetada como bomba atómica anti colegio-responsabilidad-deberes. La verdad es que exageraba un poco, pero ella temía que en cualquier momento llegara con la noticia de que me habían expulsado, sancionado, puesto una mala nota o castigado.
- Tienes razón, me voy. Te quiero. –dijo ella, repentinamente nerviosa, y se despidió con la mano.
- Que tengas un buen día.
- ¡Igual! –gritó ella a unos metros de distancia.
Adoraba a mi madre. Aunque no compartía la misma opinión en muchos aspectos, nos llevábamos bastante bien. Éramos prácticamente iguales, excepto que yo no había heredado aquella cualidad de guardar rencor infinitamente. O tal vez aún no la había descubierto.
Enfoqué mi memoria años atrás.
- Vaya, que guapa estás, corazón. ¿Por qué no nos vamos a la pieza? –decía el hombre, borracho y tambaleándose, en el portal de un casa en Santiago, cuando Samantha tenía apenas 7 años. Recibe una cachetada por parte de Ágatha, la cual lucía hermosa, con un vestido de fiesta plateado, y muy bien peinada.
- ¡Imbécil! Te prometí que podrías venir para navidad, a celebrarlo con nosotras, pero siempre lo arruinas todo. Pensé que podrías seguir siendo el padre de mi hija, aunque ya no estemos juntos y no me des dinero para cuidar de Sam. Me las he tenido que arreglar yo sola durante estos últimos años, y aún así he dejado que la vieras. ¿Sabes porqué? Porque aún te tenía un poco de confianza. No puedo creer que le hagas esto a ella, que te esperaba tan ilusionada. ¡Te tenía un regalo y todo, cerdo asqueroso!
- No seas así, Agui, ya sabes que yo te quiero mucho...-la intenta besar, pero ella se aparta bruscamente y le da otra cachetada.
- ¡Apártate, no te quiero volver a ver más! Lo único que traes es desgracia por donde vas ¡Déjanos en paz!
- ¿Crees que eres capaz de echarme de mi propia casa?
- ¿Tú casa, tu casa? –rió sin ganas Ágatha- A este lugar ya no perteneces, y ella tampoco te pertenece. Aléjate de nuestras vidas, ¡te odio, Miguel, te odio! ¡Mira lo infeliz que la haces! –dijo mientras indicaba a una niña de hermosas mejillas sonrosadas, y unos ojos turquesa rojos de tanto llorar.
- ¡Paapapa Papá! –sollozó la pequeña
- ¡Sami, ven con tu papito, a quien quieres mucho! ¿o prefieres que darte con la bruja, que no quiere que nos veamos? –murmuró, mientras se tambaleaba y se reía, atragantado en su hipo.
La pequeña dudó, pero no lo suficiente, pues Ágatha interrumpió.
- Él no te quiere, Samantha, sabes que yo hago lo mejor para ti. –no dejo contestar a la niña, y siguió- ¡Ahora vete! ¡No te quiero volver a ver en la maldita vida!
Cerró de un portazo la puerta en la nariz de Miguel, mientras este se alejaba gritando: ¡Ya verás Ágatha! Esto no se quedará así.
Volví a la realidad. Estaba muy absorta en aquel recuerdo, que recordaba con lujo de detalles. Había sido un 24 de diciembre, e íbamos a celebrar la navidad con mi papá, el cual hace mucho que no veía. Él no acostumbraba a pasarse por casa.
Desde ese día, nunca más volvió a aparecer. Pasaron años antes de que a mi madre se le pasara el miedo de que viniera por mi, o que la demandara para quedarse él con la custodia. Luego se le pasó, ya que no había indicios de que apareciera. De todas formas, nos mudamos a otra comuna, a mi me cambio de colegio (donde conocí a mis mejores amigos de siempre) y ella cambió de teléfono, por la dudas.
Era el último recuerdo que tenía de mi papá. Añoraba que no estuviera muerto, y que ahora tuviera costumbres sanas, y no tantos vicios. Soñaba con que, algún día, me lo encontrase, y pudiéramos seguir siendo una familia feliz. Pero era muy obvio que eso no resultaría. Lo más probable es que al día siguiente de la discusión, se halla embarcado con uno de sus amigos, rumbo a quien sabe donde. Ese era su estilo. Aunque ya habían pasado 9 años, mis ojos aún querían llorar al recordar estas imágenes. Pero algo me lo impedía; ya había llorado mucho por aquel hombre, quien nunca hizo nada por mí. Ya era lo suficientemente madura como para no caer en una depresión estúpida. Mi vida era muy hermosa ahora y no la cambiaría por nada. Fin del asunto.
Hace mucho no escribias... jeje me gustó mucho el cap.
quiero saber que pasa con lo de Grecia... que miedo =S
y pobre Sam... por lo de su padre...
Sube pronto!
Cuidate! =)
capp bueno xdd
:P
suebee prontoo:D